“En la Argentina, las crisis económicas son un dejavú.”

 

Jorge Sánchez se ha levantado temprano en esta fría mañana de julio, como lo viene haciendo desde hace doce años para ir a trabajar. Empieza su rutina: desayunar, caminar hasta tomar el colectivo, la oficina, el café con sus compañeros a la salida del trabajo.

Se sentía agobiado; últimamente vivía momentos angustiosos como todos los argentinos. La crisis económica era general, no había otro tema de conversación, cualquiera fuese la condición social o el lugar.

Como un autómata se dirigió a la calle Las Heras, el tiempo ha transcurrido sin que se diera cuenta, las seis y cuarto y justo hoy que no puede llegar tarde.

Mira, no ve el 59, pasan unos minutos y divisa uno, pero el semáforo está en verde y no se detiene. Con una rabia tremenda putea a todos los colectiveros. Por fin logra subir a un colectivo, viaja apretado, empujado de un lugar a otro. Numerosas voces se superponen:

_ De 20 por favor.

_ ¿Cómo de 20 señora?, de 45 es ahora.

_ Pero, ¿Cómo ya aumentó?

_ ¡Qué barbaridad! Dónde vamos a ir a parar, ya no se puede ni viajar.

_ ¡Ay señor, pida permiso, no sea maleducado!

_ Che, ¿viste lo que aumentó el cine?

_ ¿Y el café?

_ Ya no se puede ni invitar a una mina.

Trata de conectarse a un flaco que con sus audífonos puestos no escucha ninguna voz y sólo se brinda a esa música de los Pet’s Shot’s Boy’s. Llega a Corrientes y Suipacha, baja rápidamente y corriendo entra en el ascensor; mira el reloj, siete y cuarto, no pudo llegar más temprano. Abre la puerta de la oficina y su jefe le reprocha su llegada tarde y nuevamente esas conversaciones deprimentes:

_ Sí, mi esposa fue ayer al supermercado, gastó diez mil australes y trajo tres cosas.

_ Che, ¿viste que aumentó el boleto?

_ Conviene comprar dólares.

_ No, conviene el plazo fijo.

Jorge estaba aturdido y harto de todo esto, pegó un grito y dijo:

_ ¡Basta carajo! ¿Es que los argentinos no saben hablar de otra cosa?

_ ¿Qué le pasó a éste?

_ Che, ¿Qué bicho te picó?

_ Que estoy podrido de oír tantas quejas y lamentos.

_ Decime, ¿de qué querés que hablen?

_ De nada si no pueden, pero van a volverse locos dándose manija.

_ Vos sos el que está loco.

_ Hablan, se quejan, pero ¿arreglan algo?

_ ¿Y vos qué hacés?

_ Sí, yo voy a hacer algo, por eso me voy, estoy cansado de tantas pálidas, se pueden ir todos a la mierda.

Tomó su saco y salió dando un portazo; todos se quedaron inmóviles ante la actitud de su compañero.

Jorge caminó toda la mañana sin rumbo determinado, cuando reaccionó no sabía cómo había llegado hasta Cabildo y Juramento. De pronto vio un vendedor que ofrecía un aparatito para hacer burbujas de colores. “Eso es, pensó"

Tomó el 68 y regresó a su casa, buscó todos los objetos de plástico y de acrílico que tenía y recolectó por todo el vecindario; los colocó en un gran recipiente, los derritió y modeló una burbuja de dos metros de diámetro.

Pasaron los días y él seguía enfrascado en su tareas; reforzaba más y más la burbuja para que pudiera resistir su peso y el de algunos objetos. Preparó qué comer para un tiempo, llamó a un flete para que la trasladara hasta los bosques de Palermo. Los vecinos curiosos no salían de su asombro.

Llegó cerca del rosedal, sacó un cordel y ató la burbuja a un añoso árbol; se introdujo en ella y cerró la puerta, sólo tenía una pequeña abertura para respirar. “Ya está, aquí estaré sin quejas y sin problemas, esto sí que es vida”

Durante unos días creyó estar en el paraíso, había logrado aislarse de todo y de todos, pero los días de sol desaparecieron, un vendaval azotó la ciudad y la burbuja se desató y salió volando. Por más que pidió ayuda, nadie lo escuchó.

Había transcurrido una semana y no se sabía nada de Jorge; sus compañeros creían que se había ido del país. Los días pasaron y el caos económico llegaba a la cumbre, el dólar tocaba la cúspide de una economía tambaleante, la gente en las calles gritaba, los comerciantes remarcaban periódicamente la mercadería, los especuladores de las mesas de dinero invadían la ciudad. Desorden, desolación, caos total, angustia; de repente alguien divisa un punto multicolor.

_ Miren ¿Qué es aquello?

_ Un globo.

_ No, parece un plato volador.

La noticia de un ovni corrió rápidamente por toda la ciudad; los medios de comunicación se agolparon, mil conjeturas y mil suposiciones. El punto perdido se acercaba lentamente y se agrandaba a la vista de todos. Cuando estuvo a unos cuantos metros se pudo divisar que era una burbuja con alguien adentro. Un hombre con una túnica blanca y una crecida barba. Todos temían, pero al mismo tiempo se sentían atraídos por ese extraño.

_ Debe ser un ser extraterrestre.

_ ¡Oh! ¡Qué extraño!

_ Debe ser un milagro, es alguien que vino a ayudarnos en la crisis.

Éstas y muchas cosas más se decían, mientras la burbuja se acercaba a la Casa Rosada y allí sobre ella, se detuvo y descendió sobre la terraza. El hombre abrió la puerta y bajó hasta uno de los balcones, ese desde donde hablan los presidentes.

La gente se convencía cada vez más de los poderes mágicos de este ser. La gendarmería, la policía y los bomberos acudieron al lugar, llamados por el presidente. Se pidió abandonar la Casa Rosada y desalojar la Plaza de Mayo, pero la gente impetuosa no obedecía a la espera de que aquel personaje les hablara. Le gritaban innumerables preguntas:

_ ¿Quién eres?

_ ¿De dónde vienes?

El hombre solo decía: “dólar, dólar y más dólar”. Los especuladores interpretaron que había que comprar dólares y salieron corriendo a comprarlos mientras éste aumentaba y aumentaba.

Al otro día este ser dijo:” plazo fijo, plazo fijo”; y allá fueron los especuladores a poner sus dólares en plazos fijos. La locura había llegado a los Bancos.

Al tercer día el extraño personaje dijo: “no más dólares ni plazos fijos”

_ ¿Entonces qué debemos hacer?

_ Tirar el dinero, quemarlo, vivirán mucho mejor sin él.

Los comerciantes, los industriales y los señores poderosos del dinero, al comienzo se resistieron, pero como la mayoría los presionaban para que actuaran, decidieron hacer una gran fogata y quemarlo. En cada plaza de la ciudad se hizo esto. No quedó ni un solo billete en los Bancos ni en los hogares, ni en ningún lado.

_ Ya está, dijeron.

_ Ahora podemos descansar, dijo el extraño y se durmió.

Tal era la fama de este personaje que todos los diarios publicaron su foto. Dos hombres que leían el diario, ven la fotografía y uno dice:

_ Che, ¿no es Jorge?

_ Sí, es él.

Salen corriendo rumbo a la Plaza de Mayo, eluden la seguridad y suben al balcón de la Casa Rosada y allí ven a su compañero profundamente dormido.

_ Jorge, Jorge, somos nosotros.

_ No más dólares, no más plazos fijos, repetía.

_ ¿Qué le sucede?

Una ambulancia lo traslada a una clínica ante el griterío de la gente. Allá en la terraza de la Casa Rosada la burbuja sigue inmóvil y un canillita vocifera:

"Nuevo aumento del dólar. Millones de dólares falsos ingresaron al país".