Hoy cumplo 15 años; he esperado tanto este momento que me parece mentira estar preparándome para mi soñada fiesta. Desde que mi hermana festejara sus 15 años, no he dejado de pensar ni un solo minuto en “mi fiesta de 15”. Me imaginaba como una princesa a la espera de su príncipe azul, rodeada de amigos y parientes.

     Sé que, para mis padres, que están separados, el tiempo ha pasado muy rápidamente, pero no para mí que no alcanzo a percibir el transcurso del mismo. Los escucho hablar por teléfono: intercambian opiniones, discuten, se cuentan sus preocupaciones, sus temores por el resultado de la fiesta. Mi madre me muestra una revista y allí en el cuerpo de una famosa modelo está mi vestido soñado; señalo con el dedo que ese es el que quiero, luego vienen las medidas y la prueba del mismo, asisto con mamá a la peluquería para ensayar distintos tipos de peinados y decidir cual es el más apropiado para mí. Fue una odisea buscarme zapatos acordes a la ocasión. ¡Mis pies son tan delgados! y no tengo la suficiente estabilidad para usar tacos, así que mamá me compró unas hermosas chatitas plateadas.

    Veo el movimiento de los preparativos, percibo el nerviosismo de papá y mamá y me doy cuenta del miedo que tienen de que yo no sepa comportarme “normalmente” esta noche. Pero ningún temor ha amilanado nunca a mi madre y ella es el baluarte de mi vida, de mi aprendizaje, de mi lucha día a día; por eso está llamando a todos mis veintisiete amigos y compañeros de escuela, para que sus papás confirmen que asistirán a mi fiesta. Está ocupándose de conseguir los autos que los traerán al salón  y los llevarán de vuelta a sus casas, de la silla de ruedas para  Juancito, de buscar un salón en planta baja para que no haya que subir y bajar escaleras y con un baño apto para nosotros, de pedir que la mesa principal donde estaré con mis amigos esté bien atendida y que nuestro menú sea apto para que todos podamos comerlo sin dificultades, también que en la puerta hayan personas que no se distraigan  y se den cuenta si alguno de nosotros sale del salón. Determina todos los detalles: hace duendes y hadas como souvenirs (tal vez porque aún tiene la esperanza de que sus dones me otorguen el lenguaje y la inteligencia que no poseo), indica la bebida, ordena la torta, organiza el ritual de las velas, piensa en todo, nada queda al azar. Bueno, no todo está previsto: Yo, ¿Qué haré yo?

     Mi abuela, mi madrina, mis tíos y primos han viajado para el acontecimiento, estoy contenta de que hayan venido. Acabo de llegar de la peluquería, me han peinado con bucles recogidos en el costado de la cabeza, me visten (no es fácil ponerme el miriñaque y el vestido de tul color fucsia), me maquillan, me ponen brillitos por todos lados, me miro al espejo y allí está la princesita soñada. El fotógrafo llega y comenzamos la sesión de fotos con mi familia. No puedo evitar emocionarme al ver a todos con lágrimas en los ojos, especialmente a mi hermana y a mi madre y menos aún puedo evitar el recordar…

-  Señora ha tenido una hermosa bebé.

- ¿Qué nombre le pondrá?

- Valeria, se llama Valeria.

      Al día siguiente, en aquel cuarto de la maternidad, mi madre fastidiosa porque yo no podía mamar y me salía la leche por la nariz, llamó al pediatra que atendía a mi hermana mayor, quien acudió inmediatamente. Me revisó y ordenó que me sacaran de la habitación y me trasladaran a otra. Mi madre no entendía nada, escuchaba retos, discusiones y después de dos horas de penosa angustia, el pediatra regresó.

 - Señora su hija tiene un pequeño problemita.

 - ¿Cuál doctor?

- Ha nacido con fisura palatina completa, por esa razón deberá usar un paladar de acrílico para alimentarse porque si no, se ahogará.

- ¿Cómo puede ser doctor?

- ¿Cómo no lo detectaron en las ecografías?

- ¡No, doctor! ¡No puede ser! ¡Por qué a mí me tiene que pasar esto!

      Desde ese día, mi nacimiento alteró la normal vida de la familia, todos estaban preocupados y angustiados, excepto mi hermana Agustina que con sus dos añitos no entendía lo que pasaba. Muchos hechos marcaron mi vida: las terribles operaciones del paladar duro y blando, la separación de mis padres, los viajes a Bs.As. en búsqueda de algún diagnóstico más esperanzador, porque a medida que crecía, yo no hablaba y no avanzaba mentalmente, los estudios genéticos para ver quien era el culpable, las interminables sesiones de fonoaudiología y  kinesiología, las visitas al psicólogo (que aún continúan), la angustia de mis padres, las promesas y súplicas de toda la familia pidiendo un milagro.

     ¡Mi hermana! (“Agus”, una de las pocas y primeras palabras que aprendí a decir), tuvo que acostumbrarse a ser mi pequeña segunda mamá; no le fue fácil aceptar que yo era diferente, que requería la atención y el tiempo de toda la familia. Ella es mi “ídola”, trato de imitarla en todo: en su forma de bailar, de vestirse y peinarse. Lo único que no puedo copiar es su inteligencia y la rapidez con que habla (ella tiene de sobra los dones que me faltan a mí, ya que tengo lesionado el hemisferio izquierdo del cerebro, específicamente afectado el habla y la inteligencia; solo puedo articular algunas palabras con claridad, no sé escribir, pero me hago entender a través de gestos y mímica). Comparto sus salidas y sus amigos, para quienes soy una más del grupo, sin diferencias, aunque hay cosas que por ser diferente y tener ciertas limitaciones, no puedo hacer con ellos. He pasado por muchas escuelas en búsqueda de la que me pueda brindar lo mejor para mí, hasta llegar a la cual concurro actualmente. 

      Sonrío para las fotos, pero no estoy fingiendo, soy feliz, muy feliz de estar con todos mis seres queridos. ¡Cómo quisiera gritarles que los amo, que estoy agradecida por los 15 años que hoy cumplo, que he aprendido algo de cada uno de ellos!  Pero como ni las hadas ni los duendes que me rodean esta noche pueden otorgarme el milagro de hablar con fluidez, recurro a lo real, a la magia que hay en mí, a mis sentimientos: abrazo a todos, los beso y sonrío feliz de estar aquí con ellos para que este instante quede plasmado para siempre en las fotos, y entonces no hacen falta las palabras, porque con esos abrazos y besos puedo transmitirles lo que expreso en este cuento y estoy segura de que ellos saben lo que estoy pensando y sintiendo y comprenden lo que les quiero decir, porque siempre ha sido así. Y durante 15 años hemos aprendido que a través del intercambio de dolor, alegría, esfuerzo, comprensión, enseñanza y amor podemos aprender y enriquecernos ambos: los normales y los diferentes y que juntos podemos compartir mucho más que una hermosa y soñada FIESTA DE 15 AÑOS.