“A quienes seguimos teniendo la ilusión de los Reyes Magos”
Amanece, ya los primeros rayos del sol dejan predecir que será una jornada muy calurosa, típica del mes de enero. Un poco nerviosa por el acontecimiento que se avecina, Susana no puede dormir y espera ansiosa escuchar algún ruido en la cocina, provocado por su mamá, para levantarse. A los pocos minutos por fin lo esperado y sin perder tiempo se viste y se dirige a la cocina.
- Hija ¡te caíste de la cama?
- No mamá, no aguantaba más.
La madre en silencio le sirve el desayuno y mientras la niña toma la leche habla con su madre:
- Mamá, ¿los reyes me traerán lo que les pedí?
- Claro que sí, hija.
- ¿Y a mis hermanos?
- Por supuesto.
A pesar de sus 7 años, Susana era muy inocente y muy mimada por sus padres, quienes trataban de mantener en ella y en sus otros dos hijos la ilusión de todo lo que fuese posible; ya que pensaban que tendrían tiempo para preocuparse por las cosas de la vida. Su única preocupación era jugar, hacer las tareas de la escuela y atender a su mascota, Terry, un pequeño perro. Pero este día se había sumado una más: la de los Reyes Magos.
Después del desayuno los tres hermanos jugaron en el patio hasta que su mamá los interrumpió, pidiéndole a Susana que vaya a traerle el monedero que se encontraba en uno de los cajones del placar. Al abrirlo algo le llama la atención; es una imagen del ratón Mikey. Sin poder contener la curiosidad abre la bolsa y despliega una hermosa remera roja, donde Mikey con sus dos ojos de plástico parecía sonreírle. Por guardarlo rápidamente porque su mamá le gritaba para que se apure, lo dobló mal y vio que uno de los ojos de Mikey se corría un poco de su lugar. Lo dejó y salió corriendo. La niña no le dio mucha importancia a este descubrimiento ni al ojo de Mikey.
Al atardecer empezó la ritual ceremonia, ella y sus hermanos recolectaban pasto seco o verde, mientras se preguntaban si les gustaría a los camellos. Después buscaron un recipiente para colocar el agua, porque seguramente tendrían mucha sed. Faltaba lo más importante: ubicar los zapatos de los tres con el nombre de cada uno para evitar cualquier confusión.
Como todos los años, la noche del cinco de enero era una lucha entre los niños y sus padres, porque los primeros no querían irse a dormir. Los ojos de Susana querían cerrarse y ella deseaba estar despierta para conocer a los reyes y verlos cuando dejaban los regalos, pero el sueño la venció y se durmió.
El seis de enero amanecía y Susana antes que nadie fue la que abrió los ojos y gritó: levántense que ya vinieron los Reyes Magos. La alegría desbordaba y mientras llevaba alzado al enorme muñeco que le habían traído los reyes, fue corriendo a la habitación de sus padres para mostrarles los regalos que aún no había abierto. Empezó a romper los papeles y de pronto, la gran sorpresa: la remera roja con la figura de Mikey con su ojo medio despegado, la miraba sonriente. En ese instante sintió que el mundo se le caía encima y que su alegría se desvanecía. No pudo contener las lágrimas y les gritó: “¿Por qué, mamá? ¿Por qué, papá?
Salió corriendo y llorando; sus padres y hermanos no entendían lo que le pasaba. Se encerró en su cuarto a llorar. Cuando sus padres lograron que abriera y le preguntaron qué le pasaba, ella respondió:” Yo vi la remera roja ayer en el cajón del placar”
Los padres comprendieron lo que le ocurría y se sintieron muy apenados por su hija, pues compartieron la muerte de tan bella ilusión. Trataron de explicarle y Susana sentía que cada palabra que escuchaba le iba destrozando el corazón de niña y que se derrumbaban todas sus ilusiones, su mundo de muñecas, de reyes, de cuentos de hadas y princesas. Aprendió allí, en un instante lo que era la realidad, una verdad ineludible.
Con el paso del tiempo recuerda esta anécdota con cierta melancolía, pero a pesar de ello siempre en su corazón y en sus sentimientos seguirán existiendo Gaspar, Melchor y Baltazar.