El aire era frío y húmedo,
soplaba una tenue brisa;
el mar emitía un suave murmullo
y el agua brillaba en el amanecer.
Este desolado paisaje marítimo
era el lugar ideal elegido
para nuestros idílicos encuentros amorosos.
¿Cómo podíamos saber con certeza
que nuestra realidad era transitoria,
nada más que un sueño,
una sombra, una ficción, una falacia
y una efímera armonía de opuestos?