Yo y mi misma en un baile de ilusión,
un eterno conflicto, una tensión.
¿Soy una o soy dos? esa la gran cuestión.
Solo una de las dos es real, sin condición.
Soy la suma de mis experiencias,
las risas, las lágrimas y las diferencias,
mis anhelos, mis miedos, mis dolencias,
mi identidad, mi esencia, mis exigencias.
Pero también soy otra, un reflejo de mi ser;
la sombra que a veces me hace padecer,
la voz interior que me obliga a ceder,
el ego que me hace creer que puedo vencer.
¿Cómo encontrar el equilibrio entre ambas?
¿Cómo reconciliar sus lados opuestos y profundos?
¿Cómo hacer que juntas se complementen?
¿Cómo aceptar que solo una es real, sin apuros?
Soy una y soy dos en un constante balancear
entre el amor propio y la humildad de aceptar
que hay partes de mí que no puedo controlar
pero que juntas me hacen completa y singular.
Yo y mi misma, un dúo inseparable
una lucha constante, un encuentro inigualable.
Sólo una de los dos es real, indiscutible
pero ambas son necesarias e irremplazables.
El yo del cuerpo, tan efímero, tan mortal,
tan marcado por el tiempo;
frente al yo interior, eterno, sin momento
con sus sueños, sus pasiones, su aliento.
¿Cómo reconciliar ambos, en su dualidad?
¿Cómo aceptar que el cuerpo puede fallar?
¿Cómo encontrar la armonía, sin luchar?
¿Cómo amar lo que somos, sin juzgar?
Yo y mi misma, unidas en esta existencia,
el cuerpo y el espíritu en convivencia;
ambos son el portal para descubrir
la verdad de mi existencia.
¿Soy una o soy dos? no hay diferencia.
Soy yo en constante evolución,
esa dualidad de cuerpo y espíritu,
que me une a la creación.