“Conócete a ti mismo” clamó el sabio antiguo.
En las sombras del alma, un misterio profundo,
como un laberinto donde el yo se desnuda
y la vida se desmenuza sin mesura.
Conócete a ti misma, amiga, sin temor ni tibieza,
en las mareas del alma, en la fragilidad que comienza,
en las lágrimas escondidas, en los suspiros callados,
en la poesía de tu piel y en los misterios develados.
Conócete a ti misma, sin apuro, como a un poema que fluye,
como un río que canta, como el viento que huye;
en la mirada afectuosa, en el devenir de la vida,
en los días de alegría y en cada herida compartida.
Conócete a ti misma, en los versos de la piel,
en las curvas de los cuerpos, en la pasión del placer;
en la lírica del deseo, en los misterios del ser
y en el flujo constante de la vida en cada nuevo amanecer.
Conócete a ti misma, como parte del universo,
como un vasto horizonte en una noche sin fin;
en la diversidad de tus pensamientos y emociones,
en el mundo de los sueños y en las notas de un violín.
Conócete a ti misma, en la pasión por la vida,
en la lucha sin tregua, en las noches de agonía,
en el cariño sincero y en las charlas entretenidas,
en las risas compartidas y en la melancolía.
Cuando te hayas conocido, amiga,
hallarás tu voz, tu grito profundo y tu camino;
descubrirás el porqué de este viaje por el tiempo,
en cada paso andado y en cada sueño soñado.