Dulce sillón encantado,

tú que abrazas mis alegrías, mis euforias,

mis cansancios y mis penas,

eres el guardián de mis secretos.

 

Tú que cobijas mis sueños y anhelos,

que soportas mis desvelos

y repites incansablemente el hábito de abrirte

para apretarme con tus brazos.

 

Tú que me das una suave palmadita

cuando estoy cansada y me reconfortas,

y me escuchas sin reproches

¡Qué viejo y gastado estás!

 

Te renovaré, te dejaré elegante,

purpúreo y sin manchas.

Te devolveré tus musculosos brazos

y la vida energética que tenías

para que me sigas abrazando como antes.