Las lágrimas congelan aún más mi rostro en esta fría tarde de Julio. No puedo evitarlas. La emoción es más fuerte que la razón.
Estoy feliz, son lágrimas de alegría; a diferencia de aquellas de hace cuatro meses, cuando comenzó todo.
BIRADS 3 A - 4C-- 5
Códigos inentendibles para mí y para toda mujer que no haya transitado este camino. Una bofetada a la vida, un áperka que nos voltea. La visión se nubla, nos angustiamos, lloramos desconsoladamente y sentimos que todo se termina; hasta que logramos reaccionar y entendemos que llorando no se soluciona nada, entonces buscamos esa fuerza interior para enfrentar la pelea. Nos apoyamos en los seres queridos y en aquello que nos haga seguir adelante para no pensar. El arte, la música, la lectura, la escritura, el cine, el tejido, etc. todo es válido para mantener la mente distraída.
Así se pasa por distintas etapas: la confirmación del diagnóstico, la operación, el tratamiento. Todo sucede rápidamente. Comienzan las largas esperas en consultorios. Una hora, dos, tres.
Al principio uno se desnuda con pudor, con temor y después con toda naturalidad sin importar el sexo de quien nos atiende.
-¡Y me siento como un pollo al espiedo!- De un lado y del otro los rayos queman mi piel.
He viajado imaginariamente durante estos meses; hice toples en las más paradisíacas y maravillosas playas que mi fantasía mental me permitiera imaginar o recordar: el Caribe, el Mediterráneo, las Islas Griegas, mientras los rayos me siguen quemando la piel.
Hoy fue el último día de este viaje. Gané la pelea, sin público presente y sin aplausos. Comparto el triunfo, mi emoción y alegría con el sicólogo móvil, con ese taxista que me escucha y dice una frase popular sabia.
En estos cuatro meses aprendí y redescubrí muchas cosas. Incorporé a mi vocabulario cotidiano palabras como biopsia, marcación, nódulo, ganglio centinela, radioterapia, BIRADS, oncóloga.
Descubrí que esta enfermedad, como todas, no discrimina ni por edad, ni por condición social, ni por capacidad, ni por raza, ni por nada. Aprendí a valorar esas pequeñas cosas quizás olvidadas; a aprovechar cada minuto, a vivir “ya”, “ahora”, porque mañana uno no sabe…
Presté atención a los lugares que siempre estuvieron allí pero que no me detenía a contemplar. Descubrí un mundo silencioso en el que muchas mujeres y hombres van y vienen con su dolor, con su angustia; luchando por ganar la batalla.
Soporté y me quejé cuando algunos médicos me trataron como un número, un cuerpo presente en sus consultorios y una firma por la que le pagaría la Obra Social. Agradecí y valoré a aquellos otros que con una palabra, un gesto y con su dedicación y ética profesional aliviaron el dolor e hicieron más llevadero todo.
Comprobé que muchas personas no quieren mencionar esa palabra (como dijera el técnico que me sacó las ecografías: “yo no le voy a poner nombre y apellido, que lo haga el especialista en mamas”) y que otras, se alejan como si fuera contagioso y algunos nos miran con lástima, con pena, con recelo, como si ellos estuvieran exentos, pensando que nunca les va a suceder nada.
Sentí el amor de mis verdaderos amigos y de mi familia.
Pero lo más importante que aprendí es a no tenerle miedo a la palabra “CÁNCER” porque ese es su nombre.