Testigo de la opulencia de las clases dominantes
y del glamour de tiempos remotos,
recortan el cielo porteño con sus curvas.
Estoicas soportan el paso de años,
lluvia tras lluvia, calor tras calor,
palomas tras palomas.
Con hidalguía intentan mantenerse erguidas
y perduran entre la gente;
son observadoras intocables
de nuestro devenir cotidiano.