Gabriel de la Concepción Valdés, conocido como Plácido, nació el 18 de marzo de 1809, en la Habana y condenado a morir fusilado, en Matanzas, con solo 35 años, el 28 de junio de 1844.

Es un poeta cubano muy popular en el siglo XIX, hijo de una bailarina española y un peluquero mulato.

A los 12 años, escribió sus primeros versos. La necesidad económica y sus profundas inquietudes y destrezas lo llevaron a realizar varios trabajos: en una carpintería, en el taller del retratista Vicente Escobar, como tipógrafo en una Imprenta y en la confección de peinetas de carey.

En Matanzas estudia literatura y colabora en varias publicaciones; llega a vincularse con el Siboneyismo.

Lleva una vida social y literaria intensa, asiste a encuentros y al Círculo Literario de Domingo Delmonte.

El SIBONEYISMO es un movimiento de la poesía cubana que resalta la cultura de nuestros primeros aborígenes, los indios. Es una manifestación de tendencia indianista que se desarrolla en la América española.

Este movimiento tiene varios factores que permiten su surgimiento, primero que responden al propósito de crear una poesía nacional, de intenciones políticas, otro factor que también contribuye a su surgimiento es que está de moda el romanticismo y exalta al hombre natural, nativo o salvaje.

Desde su inicio, el Siboneyismo despertó opiniones diferentes.  Aunque la popularidad de esta manifestación fue incuestionable, gran parte de la crítica lo combatió duramente. Esa aceptación popular es debido al facilismo, simbolismo ingenuo y amor por la naturaleza cubana.

 

Estas son algunas de las poesías que escribió Plácido:

LA HABANA

Mirad La Habana allí color de nieve,
gentil indiana de estructura fina,
dominando una fuente cristalina,
sentada en trono de alabastro breve.


Jamás murmura de su suerte aleve,
ni se lamenta al sol que la fascina,
ni la cruda intemperie la extermina,
ni la furiosa tempestad la mueve.


¡Oh, beldad!, es mayor tu sufrimiento
que este tenaz y dilatado muro
que circunda tu hermoso pavimento;


Empero tú eres toda mármol puro,
sin alma, sin calor, sin sentimiento,
hecha a los golpes con el hierro duro.

 

FATALIDAD

Negra deidad que sin clemencia alguna
de espinas al nacer me circuiste,
cual fuente clara cuya margen viste
maguey silvestre y punzadora tuna;

Entre el materno tálamo y la cuna
el férreo muro del honor pusiste;
y acaso hasta las nubes me subiste,
por verme descender desde la luna.

Sal de los antros del averno oscuros,
sigue oprimiendo mi existir cuitado,
que si sucumbo a tus decretos duros,

diré como el ejército cruzado
exclamó al divisar los rojos muros
de la santa Salem... “¡Dios lo ha mandado!”

 

LA FLOR DEL CAFÉ

Prendado estoy de una hermosa
Por quien la vida daré
Si me acoge cariñosa:
Porque es cándida y hermosa
«Como la flor del café.»

Son sus ojos refulgentes,
Grana en sus labios se ve,
Y son sus menudos dientes,
Blancos, parejos, lucientes,
«Como la flor del café.»

Una sola vez la hablé
Y la dije: «Me amas, Flora,
Y más cantares te haré
Que perlas llueve la aurora
«Sobre la flor del café.»

«Ser fino y constante juro,
De cumplirlo estoy seguro,
Hasta morir te amaré
Porque mi pecho es tan puro
«Como la flor del café.»

Ella contestó al momento:
-«De un poeta el juramento
En mi vida creeré,
Porque se va con el viento
«Como la flor del café.»

Cuando sus almas fogosas
Ofrecen eterna fe,
Nos llaman ninfas y diosas,
Mas fragantes que las rosas
«Y las flores del café.»

«Más cuando ya han conseguido,
Cual céfiro que embebido,
En el valle de Tempé,
Pliega sus alas dormido
«Sobre la flor del café.»

«Entonces, abandonada
En soledad desgraciada
Dejan la que amante fue,
Como en el polvo agostada
«Yace la flor del café.»

Yo repuse: «Tanta queja
Suspende, Flora, qué

También la mujer se deja
Picar de cualquier abeja,
«Como la flor del café.»

«Quiéreme, trigueña mía,
Y hasta el postrimero día
No dudes que fiel seré;
Tú serás mi poesía
«Y yo tu flor de café.»

«A tu vista cantaré,
Y lucirá el arrebol
Que a mis dulces trovas dé,
Como a los rayos del sol
«Brilla la flor del café.»

Suspiro con emoción,
Mirome, calló y se fue;
Y desde tal ocasión
Siempre sobre el corazón
«Traigo la flor del café.»

 

 PLEGARIA A DIOS

Ser de inmensa bondad, Dios poderoso,
a voz acudo en mi dolor vehemente,
extended vuestro brazo omnipotente,
rasgad de la calumnia el velo odioso
y arrancad este sello ignominioso
con el que el mundo manchar quiere mi frente.

Rey de los reyes, Dios de mis abuelos,
vos sólo sois mi defensor, Dios mío;
todo lo puede quien al mar sombrío
olas y peces dio, luz a los cielos,
fuego al sol, giro al aire, al norte hielos,
vida a las plantas, movimiento al río.


Todo lo podéis vos... todo fenece
o se reanima a vuestra voz sagrada;
Fuera de vos, Señor, el todo es nada,
que en la insondable eternidad perece,
y aun esa misma nada os obedece,
pues de ella fue la humanidad creada.

Yo no os puedo engañar, Dios de clemencia;
y pues vuestra eternal sabiduría
ve al través de mi cuerpo el alma mía
cual del aire a la clara transparencia,
estorbad que humillando la inocencia
bata sus palmas la calumnia impía.

Más si cuadra a tu suma omnipotencia
que yo perezca cual malvado impío,
y que los hombres mi cadáver frío
ultrajen con maligna complacencia,
suene tu voz, y acabe mi existencia;
Cúmplase en mí tu voluntad, Dios mío...!

 

RECUERDOS

Cual suele aparecer en noche umbría
Meteoro de luz resplandeciente,
Que brilla, parte, vuela, y de repente
Queda disuelto en la región vacía;

Así por mi turbada fantasía
Cruzaron cual relámpago luciente
Los años de mi infancia velozmente,
Y con ellos mi plácida alegría.

Ya el corazón a los placeres muerto
Parécese a un volcán, cuya abrasada
Lava tornó a los pueblos en desierto;

Más el tiempo le holló con planta airada
Dejando solo entre su cráter yerto
Negros escombros y ceniza helada.