“Llegó así el 8 de enero. Los habaneros inmovilizados frente a los televisores, esperaban el momento de volcarse a la calle para saludar a los rebeldes. De balcones y ventanas colgaban banderas cubanas y la enseña roja y negra del Movimiento 26 de Julio. Las mujeres lucían en su vestuario los mismos colores perseguidos hasta poco antes.  En el automóvil va Fidel desde el Cotorro hasta la Virgen del Camino. Aborda allí un jeep para internarse en la ciudad.

     Lo acompaña el comandante Camilo Cienfuegos y el Comandante  Ernesto "Che" Guevara y en rastras, autos, camiones y vehículos militares de todo tipo lo sigue su tropa. Son gente joven en su mayoría. Muchachos de campo que nunca antes estuvieron en La Habana y que contemplan rascacielos y avenidas con ojos de asombro como cohibidos, con una sonrisa tímida esbozada tras las barbas legendarias.

     Fidel está en la ciudad y repican las campanas de las iglesias, suenan los cláxones de los vehículos, los barcos surtos en puertos dejan escuchar sus sirenas. A todo lo largo del camino, a un lado y otro de la calle el pueblo se agolpa para saludarlo. Toma la caravana victoriosa la Avenida del Puerto. Frente al Estado Mayor de la Marina de Guerra permanece fondeado el yate Granma y el jefe de la Revolución ordena un alto y aborda la embarcación. La comitiva se pone de nuevo en movimiento. A la altura de la Avenida de las Misiones dobla a la derecha. Hará una segunda parada frente al Palacio Presidencial para saludar al presidente Manuel Urrutia, que, junto a todos sus ministros, lo espera en la puerta de la mansión. Desde la terraza norte Fidel saluda a los que se han congregado frente al Palacio. Es una multitud compacta que se extiende desde los bordes mismos del edificio hasta el Malecón y el Castillo de la Punta.

     Urrutia lo presenta, dice: “Cubanos: El Gobierno de la República, el Palacio Presidencial ha abierto los brazos para recibir al gran líder de América, Fidel Castro Ruz. La democracia cubana se considera honrada con la presencia en el Palacio Presidencial del gran héroe en la lucha contra la tiranía. Nuestro pueblo debe sentirse profundamente orgulloso de contarlo entre sus hijos. Es, sin lugar a dudas, el líder combatiente más abnegado de la historia… Después de derrocar la dictadura con su esfuerzo admirable no ha tomado el poder en sus manos, sino que lo ha puesto en manos de un hombre en quien él tiene fe. Nosotros juramos que sabremos hacernos dignos de ese gesto del gran líder de los cubanos. Con ustedes Fidel Castro Ruz”

     Fidel espera a que la multitud se calme; no quiere hacer un discurso, sino conversar con el pueblo, sin gestos ampulosos y teatrales, hablar de tú a tú,  en un diálogo de amigo a amigo, de compañero a compañero.

     “Este edificio nunca me gustó y me parece que no le gustaba a nadie, dijo Fidel, risueño. Lo que más yo había subido, fue ahí a ese muro, cuando era estudiante. Ustedes quisieron saber cuál es la emoción que siento al entrar en Palacio, les voy a confesar mi emoción: exactamente igual que en cualquier otro lugar de la República. No me despierta ninguna emoción especial. Es un edificio que, para mí, en este instante tiene todo el valor de que en él se alberga el Gobierno Revolucionario de la República. Si por el cariño fuera, el lugar donde por motivo de hondo sentimiento yo quisiera vivir, sería en Pico Turquino; porque frente a la fortaleza de la tiranía opusimos la fortaleza de nuestras montañas invictas.”

      Enseguida invitó al pueblo que se trasladara al campamento de Columbia, sede del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de la tiranía y centro, hasta poco antes, del poder en Cuba. Añadió: “ahora Columbia es del pueblo. Y que los tanques, que ahora son del pueblo, vayan a la vanguardia del pueblo, abran el camino. Nadie le impedirá la entrada y nos reuniremos allá”

     Comentó el Comandante en jefe que alguien al ver pasar esa multitud, había dicho que se requería protección de mil soldados para atravesarla. “ y yo digo que no. Yo solo voy a pasar por donde está el pueblo. Dicen eso porque han visto tanta emoción y tanto entusiasmo que tienen miedo que nos vayan a dañar. Sin embargo, el pueblo tiene que cuidar de los revolucionarios. Voy a demostrar una vez más que conozco al pueblo. Sin que vaya un soldado delante le voy a pedir al pueblo que abra una fila. Yo voy a atravesar solo por esa senda, junto al Presidente de la República. Así, compatriotas, les vamos a demostrar al mundo entero, a los periodistas que están aquí presentes, la disciplina y el civismo del pueblo cubano. Abran una fila, por ahí marcharemos para que vean que no hace falta un solo soldado para pasar por el pueblo”

      Salen Fidel y Urrutia a la calle y la multitud, en un gesto espontáneo, refluye hacia la línea de los edificios, se apretuja, se funde en una masa enorme. Avanzan el Comandante y el Presidente y detrás de ellos vuelve a cerrarse el cuadro. La caravana de la libertad se pone en movimiento. Alcanza el Malecón y tuerce por la Avenida 23, camino de la Ciudad Militar de Columbia. Cada vez son más los que siguen al líder rebelde; pues la gente, lejos de conformarse con verlo pasar, se incorpora al impresionante desfile. Los corresponsales extranjeros acreditados en Cuba no salen de su asombro. Ninguno recuerda haber visto nada igual en el ejercicio de su vida profesional, ni aún en el recibimiento de los líderes después de la Segunda Guerra Mundial. Al llegar a Columbia, Fidel dijo: "el pueblo ganó la guerra. Esta guerra no la ganó nada más que el pueblo, y por tanto, antes que nada, está el PUEBLO"…

      En medio de una evasión frenética concluyó Fidel sus palabras”...

Del libro: "CONTAR A CUBA" (una historia diferente)

De CIRO BIANCHI ROSS